

De pronto, todo se volvió fantasía, naturalmente en algún momento la danza debía sacarse el aparataje de encima; fuera pelucas, trajes complicados, mascaras, tacones, bienvenida la naturaleza del ser humano. Me parece que Noverre se hubiese maravillado al contemplar a Maria Taglioni volando en el escenario, arriba del nuevo invento: las puntas. Aquellas que convirtieron a la bailarina en el centro de la acción, desplazando al hombre hacia un rol decorativo y principalmente de apoyo, ya que era este quien debía encargarse de elevar a las bailarinas por los aires y acompañar los dificultosos movimientos que generaban las puntas. Ahora bien no debemos imaginarnos esto tal como lo vemos hoy, ya que los ballets románticos de los cuales hemos sido testigos han sido remontados, convirtiéndolos hacia un virtuosismo mayor que el que poseían las primeras bailarinas que usaron la punta, pero no por eso debemos restarle valor a sus interpretaciones.
Para entender el pasado debemos ser capaces de sacarnos los modelos de nuestro presente y viajar con la imaginación, hay que visualizarse sentados en primera fila y viendo por primera vez a una señorita sostenerse sola en la punta de su pies, rompiendo con toda ley de gravedad y equilibrio, sin duda los primeros espectadores fueron testigos de un acto de magia. |
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